ALGO PARECIDO A LA MUERTE DE MUÑANTE

Crónicas del socavón



Por Tankar Rau-Rau Amaru





A los seis mineros artesanales asesinados por Alan García en Chala en la huelga del 4 de abril del 2010.

A los 48 mineros heridos en esa huelga, la mayoría de ellos de bala.

A la Confederación Nacional de Pequeños Mineros y Mineros Artesanales del Perú.



***



PROLOGO



En los arenales de Chala (Arequipa), el 4 de abril del 2010, el fusil de los policías vomitó toneladas de plomo contra miles de mineros artesanales desarmados. Testigos fueron el mar de Grau y las quemantes dunas del litoral. Testigos también los canales de televisión y los periódicos que después callaron todo. La sangre de los mineros se deslizó por las calles del pueblo y aplacó la sed del desierto. Una fiscal dio la orden del fusilamiento colectivo. La fiscal recibió órdenes del carnicero de Palacio.

La huelga de los mineros comenzó semanas antes, con los preparativos. Trescientos mil trabajadores del socavón debían desplazarse a Lima, o realizar marchas pacíficas en los pueblos y ciudades cercanos. El motivo: hace un año le venían pidiendo al Gobierno un Plan Nacional de Formalización y al Congreso una ley que promueva la actividad minera a pequeña escala para que puedan trabajar dignamente. El precio de los minerales había alcanzado precios históricos, inmejorable oportunidad para crear fuentes de ingreso en un país donde faltaba trabajo. El Gobierno les respondió con la mecida. En el caso de la ancestral región del Amaru Mayu (también conocida como Madre de Dios), la persecución a los mineros con el cuento de “contaminación” se debía tan sólo a los caprichos de un ministro que tenía intereses particulares en la zona (había comenzado ya a adueñarse de extensos bosques junto con sus cercanos). Ese mismo ministro, responsable de la matanza de vicuñas en años anteriores, no decía una palabra cuando las grandes mineras, petroleras y empresas gasíferas literalmente mataban los ríos y las tierras de las comunidades nativas y campesinas.

Había también otro motivo, igual de importante, para realizar la huelga: los últimos tres presidentes entregaron el país entero por cuadraditos a los traficantes de denuncios o a las transnacionales, cerrando toda posibilidad de trabajo a los mineros artesanales peruanos. Antes los hacendados, los amos de terrenos agrícolas, eran visibles y caminaban por las calles del pueblo dando órdenes a todo el mundo. Los nuevos hacendados de la aldea global, ahora dueños del subsuelo, eran invisibles pero manejaban los hilos de los poderes político, religioso, judicial, militar y mediático desde lejanos países, aplastando a los pueblos y a las organizaciones que se le oponían. Trabajaban en muy pocas concesiones. La mayor cantidad de ellas las guardaban como reserva para saquear lentamente los minerales que pertenecían a todos los peruanos. Cuando los sin empleo salieron a trabajar en esas concesiones, comenzó la persecución, las palizas, los balazos y los encarcelamientos. Estos hacendados trataban de expulsar a los mineros de “su propiedad” con leyes que mandaron elaborar en “su” Congreso, o pretendían mantenerlos en pequeños guetos económicos con contratos manejados para que sean eternamente artesanales y no tengan posibilidad de crecer. Los mineros, entonces, anunciaron la fecha del inicio de la medida de fuerza.

“Habrá huelga indefinida por decisión de las bases, es responsabilidad del Gobierno solucionar nuestro problema”, declaró Amado Romero Rodríguez, dirigente de la federación de mineros de la región del Amaru Mayu.

“En este país las leyes dan oportunidad a todos, menos a los peruanos”, dijo por su parte Teódulo Medina Gutiérrez, representante de la federación de mineros de Nasca.

Dieciocho regiones comenzaron a movilizarse. Las provincias de Tambopata, Nasca y Chala, además de la ciudad de Lima, fueron el epicentro de las marchas. Y fue en Chala donde Alan García ejecutó una de las peores matanzas de los últimos años, similar a la de Bagua. El fusilamiento comenzó cuando los mineros decían a voz en cuello:



¡Tenemos oro y cobre,

y hay tanto pobre…!



El conteo de las víctimas arrojó un resultado escalofriante: seis mineros artesanales muertos, todos de bala, y cuarenta y ocho mineros heridos, la mayoría de bala.

Para justificar el crimen, un funcionario del Gobierno dijo que “fue durante el despeje de la carretera”. Un minero le respondió: “Nosotros teníamos permiso de las autoridades para marchar en esa calle. ¿Dónde creen que íbamos a realizar la marcha? ¿En la playa?”.

Para la población, el sector donde se produjo la masacre es la calle principal de Chala. Los mineros tenían permiso para marchar allí. Para el Gobierno no es calle sino Panamericana Sur. Carretera y calle, al mismo tiempo.

Alan García remató a los heridos en los hospitales. No sólo había disfrutado quitándoles media vida al quemarles las entrañas con plomo incandescente. En un acto que linda con la locura, enterado de que los mineros trabajan con explosivos, ordenó que les sometan a todos a la prueba de absorción atómica. Para decir que se balearon entre ellos.



Los muertos piden justicia desde los cementerios. Los heridos aún luchan por recobrar la salud. Esta Crónica es para ellos. Y es para todos los mineros artesanales del país que se fueron a los bosques de la selva, a los desiertos de la costa y a los cerros de la cordillera a generar su propia fuente de trabajo.

nota: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, lamentable que la prensa sea presa de tanta mierda.

(*) Prólogo del libro “Crónicas del socavón” del escritor ayacuchano Tankar Rau-Rau Amaru. El libro se publicará en enero con motivo del centenario del escritor andahuaylino José María Arguedas.

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